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lunes, 21 de enero de 2008

La catedral como símbolo y metáfora

En medio de una política casi obscena, en la que todos los pensamientos se exhiben desnudos de reflexión e informes, a un quidam que no conozco se le acaba de ocurrir la peregrina idea -nunca mejor dicho- de controlar el acceso a la catedral de Santiago. La restauración del pórtico de la Gloria y de las bóvedas de la capilla mayor sigue más estancada que el AVE; la iluminación interior -tan premiada- es una chapuza impresentable, y las intervenciones en el presbiterio deberían sonrojar per modum unius al cabildo y a los gestores de patrimonio. En uno de los templos más espléndidos de la cristiandad, pieza principal de nuestra imagen exterior y primer productor -más que Citroën- de riqueza y empleo, se viene actuando desde hace años por el procedimiento del parcheo, sin que nadie se atreva a hacer una revisión general del resultado y consultar a los que, además de saber algo de arquitectura, tienen la capacidad de entender y vivir la impresionante realidad de una casa de oración levantada al servicio de Occidente.
El 15% de lo que se está enterrando en el monte Gaiás sería suficiente para dejar la catedral tan primorosa como fue, y para resucitar su patrimonio musical, litúrgico y simbólico al servicio de los fieles y peregrinos que la usan y de los curiosos que la visitan. Pero no. Lo único que se le ocurre al gestor civil es limitar su acceso, como si este templo, hecho para estar abierto día y noche, sirviese para algo distinto de entrar en él y dejarse empapar de su mística irrepetible.
Y esto sucede porque se improvisa. No se dan cuenta de que la masificación de la catedral -que solo se da en verano y en festivos a las doce de la mañana- se organizó y propició artificialmente mediante la misa del peregrino, con la que tanto la Xunta como el Cabildo se empeñaron en generar espectáculos masivos que confunden a los fieles cristianos con los que quieren ver el botafumeiro. Por eso la catedral se convirtió en un circo litúrgico a cuyo servicio se pusieron sacrílegas pantallas de televisión, se llenaron los cruceros de barreras, se montaron bancos y trapalladas que ofenden a la vista y se sacrifica toda la prodigiosa estética basilical.
La chapuza del Xacobeo no se resuelve cerrando el templo a los visitantes, sino acabando con este jolgorio seudorreligioso creado para fomentar el turismo de mochila y bocadillo. Que dejen el Xacobeo y vuelvan al Año Santo. Supriman la misa del peregrino y dejen que los fieles vayan pasando a lo largo del día por el templo. Compartan el culto permanente con la lógica popular de la peregrinación. Cierren las tiendas. Pongan vigilancia suficiente y abran todas las puertas de par en par. Y se acabó el problema.
Tomado de: http://www.lavozdegalicia.es/opinion/2008/01/21/0003_6497625.htm

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